ENRIQUE GARCÍA AGULLÓ
Y, ahora, los mosquitos
Este año 2020 no va a
pasar a la Historia como un año tranquilo.
15/08/2020
Este
año 2020 no va a pasar a la Historia como un año tranquilo. Es verdad que no
hay tantas guerras en el mundo como en otros años en los que no cabía en la
pantalla del televisor el mapa para ver por dónde se establecían sus frentes,
aunque siguen las de esos pueblos que pelean por creencias y por poder. Irán,
Siria, Iraq, Mali y tantos otros. Territorios asolados por bombardeos,
hambrunas, exilios, campos de refugiados u hospitales ensangrentados. Y, por si
no hubiera bastante dolor sigue, y en alza, la trágica emigración auspiciada
por las mafias compitiendo así en un mismo damero de horrores, los señores de
la guerra y los señores de las pateras.
Está
siendo un año de incertidumbres, de dudas, de miedos, de muertes de
ancianos en soledad. Casi apocalíptico, me atrevo a decir. Un mundo
desconcertado incapaz de actuar diligentemente ni en lo sanitario ni en lo
social ni en lo económico. Rebrotes que surgen cada día por doquier y pateras
que arriban a nuestras playas o que son interceptadas en la mar trayéndonos
duros testimonios. No, no estábamos preparados para tanto horror. Creíamos que
habíamos domado la pandemia, pero no. Y cuando el propio Sr. Simón se está
encargando de decirnos que tenemos que convivir con el virus del Covid nos ha
llegado ahora a estas tierras otro virus, el del Nilo, el que han empezado a
esparcir por el Guadalquivir los mosquitos.
Como
muchísimos españoles me he retraído a mi casa y ando viajando por España entre
líneas de libros que estoy leyendo o releyendo. Después de medio siglo de
haberla leído he vuelto a abrir ‘La Biblia en España’, de Borrow, traducida por
D. Manuel Azaña. Tres tomos que se acabaron de imprimir el 18 de enero de 1921,
un viaje en el que sale poco Cádiz. Un desembarque al principio y algo más casi
al final cuando cuenta su llegada a nuestra ciudad donde pasa casi todo el
tiempo con el Cónsul británico. Eso sí, algún que otro párrafo donde describe a
Cádiz como una ciudad moderna en sus edificaciones, regulares y simétricas, de
estrechas calles menos la calle principal que, como excepción, «tiene cierta
anchura», donde estaban las casas de los magnates o la Bolsa y donde la gente
se reunía como había visto él hacer a los madrileños en la Puerta del Sol.
Una
catedral, que no le pareció más que «un templo algo decoroso» habida cuenta de
la monumentalidad de tantas otras catedrales de España. La alameda, atestada de
gente, muy alabada. Una ciudad radiante por su luz rodeada de formidables
murallas sin ningún atisbo de mantenimiento, que otrora fuera la más rica de
España y que ya en aquellos tiempos de su visita había decaído malamente. Me ha
entristecido que ciertas cosas de las que narra siguen así con un alcalde ahora
que pone y quita banderas, que se le van sus concejales y que su único afán
parece que sea cambiarles el nombre a las calles o al estadio.
Cuando
vuelva el presidente del gobierno de sus vacaciones en el palacete que le
regaló el rey Hussein a Don Juan Carlos nos vamos a encontrar con muchas cosas.
Más declaraciones ante los Tribunales de significados imputados de Podemos y de
lo que aún queda de este cordel del que se ha empezado a tirar. Más
investigaciones en lo de aquella manera que parece gastaba los dineros la
anterior Junta socialista. Lo que Europa quiere que hagamos por eso que nos ha
ofrecido. La subida de impuestos, el incierto futuro de las pensiones o la
congelación de salarios. Y es que, ay, hubo un tiempo Gurtel para el PP, pero sigue
habiendo un tiempo ERE para el PSOE y son otros ya los tiempos que se le abren
a Podemos. Pero ahí estamos, España, con un Rey octogenario fuera y con los
mosquitos en el río...
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