PROCERES.-.


Hombres de Estado

Entre las múltiples carencias de las que adolece esta sociedad que hemos creado en los últimos años en este país, donde los valores están por los suelos y los objetivos, medios y fines están desarbolando hasta la más mínima de las esperanzas de que podamos en lustros volver a ser una nación con sentido de unidad, de solidaridad, de patria, familia y dignidad, la falta de hombres de Estado es causa y consecuencia.
Los hay, quizás más que nunca, mejor preparados y con más ideales. Lo malo es que están todos absolutamente asqueados de la cloaca en que se ha convertido la política que padecemos, el sistema que padecemos y los individuos que la conforman y que padecemos.
Y es que hay que tener mucho estómago, y muy fuerte, para chapotear en el lodazal político y estar sujeto a que cualquiera que quiera, por motivos espúreos, pueda arruinar física, moral y económicamente a quien se interponga en los depredadores de objetivos cortoplacistas y de enriquecimiento personal de la mayor parte de los que manejan los poderes de la nación.
Apreciamos los silencios de la más alta instancia, ya que, cuando se expresa, va y alaba a la cúpula máxima del disparate, lo que es mucho peor. Así pues, gracias por callar, ya que mucho ayuda quien no estorba. Qué oportunidad perdida para callar.
Echamos de menos a estadistas, oradores, políticos de altas miras, con sentido de la nación, con proyección y desinterés, con valores, con dignidad, con palabra, con honor, desprendidos y patriotas. Que amen a España y que trabajen para situarla en el ámbito de las naciones más influyentes y que seamos modelo de caballerosidad, generosidad y cultura. Pero, y sobre todo, absolutamente veraces y con credibilidad.
En la Transición, y aunque con los mimbres que tenían hicieron el cesto que pudieron, y salió este bodrio autonómico devenido en nacionalismo salvaje, desintegrador e insolidario, se les vio por última vez. No voy a negar que algunos que dieron talla de hombres de Estado estaban más por hacerse perdonar, pecadillos unos y atrocidades otros, y cerrar páginas, dramáticas algunas, trágicas y hasta repulsivas otras. Pero el nivel, la oratoria, la voluntad y el desprendimiento de egoísmos, la seriedad y la integridad, la visión y la imparcialidad de esos grandes hombres no los volveremos a ver en muchísimo tiempo al menos.
Están copados todos los púlpitos por mediocres trepadores apesebrados, partidistas y sectarios, con diferencias y con ciertas, extrañas y raras excepciones, pero ahogadas por los ríos de la bajeza y del interés personal.
Necesitamos hombres de Estado con categoría moral y con ganas de desenredar el pasado y crear un nuevo futuro que ilusione a esta sociedad, perdida en fomentar separatismos, odios y minorías.
L. Soriano

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