Lorenzo
TOM WOLFE / Acaba de cumplir 75 años y se siente a gusto con la imagen que
se ha fabricado
El escritor vuelve a la universidad
El autor de ‘La hoguera de las vanidades’, que definió a una generación
amante del triunfo y el dinero, ataca a los universitarios de EEUU en su
nuevo libro, ‘Soy Charlotte Simmons’.
Por José Manuel Calvo
En Nueva York, la nieve cubre Central Park, y desde las ventanas del
apartamento de Tom Wolfe, en el piso 14, se ve la superficie blanca surcada
por las telas naranjas de Las puertas, de Christo. El escritor viste de
blanco inmaculado, como hace desde 1962. Camisa azul; corbata blanca con
lunares azul oscuro, a juego con los calcetines, y zapatos blancos y negros.
Reloj con correa blanca.
Tom Wolfe, elegantemente vestido de Tom Wolfe, cumple mañana 75 años. Se le
nota, excepto en los ojos, azules y ágiles. El hombre que revolucionó el
periodismo en los sesenta y se convirtió en una de las grandes voces de la
narrativa norteamericana, nunca ha dejado de ser un provocador. Observa lo
que le rodea hasta el último detalle, escucha a la gente y quiere que sus
novelas sean el espejo de América, “un país muy raro, pero maravilloso”.
Desde su piso se ve la línea de rascacielos de Manhattan. “Mire, el Empire
State Building. Y allá estaban las Torres Gemelas. El 11 de septiembre de
2001, yo veía desde aquí el humo. Al rato bajé a la calle. Una multitud de
personas venía de allí, en un silencio casi absoluto. Nunca lo olvidaré”.
En la sala llena de luz hay un piano de cola azul oscuro, fotos de su mujer
y sus dos hijos, y una mesa –desde la que saluda un estilizado y sonriente
Mao Zedong de bronce– rodeada de un sofá y varios sillones. Al lado, en el
estudio, libros por todas partes: literatura, ensayo, arte, ciencia…
El escritorio, con dos lámparas rematadas por sombreros panamá, también
tiene librerías empotradas. “Cuando me preguntan por mis hobbies, me
encantaría decir: volar en ala delta, escalar montañas, cualquier cosa
interesante… Pero la verdad es que no hago nada de eso.
Lo que más me gusta es sentarme en mi escritorio y leer. Soy un loco de las
ciencias neurológicas, me encanta la divulgación científica. Hago otras
cosas: no sé si conoce un programa de televisión que se llama Pimp my ride…
Se trata de coger un coche normal y hacer de él algo especial.
Es un mundo interesante… Lo primero que yo escribí para una revista [The
Kandy-Kolored Tangerine-Flake Streamline Baby, primer reportaje del nuevo
periodismo] fue sobre los cambios que hace la gente en sus coches… Bueno, yo
he decidido cambiar mi automóvil, un Cadillac 2003 DeVille; pedí que lo
pintaran de blanco, y ahora quiero que el interior sea blanco, igual que las
ruedas… No sé, mañana cumplo 75 años, y, la verdad, si no hago esto ahora,
¿cuándo lo voy a hacer?”.
Cuando no se dedica a todo esto, ¿cuánto tiempo dedica a escribir?
Una vez que tengo el material –y puedo tardar meses o años en conseguirlo–,
intento mantener siempre el mismo ritmo y escribir 10 folios, a triple
espacio, cada día. Cuando acabo esas 10 páginas, paro; a menudo, en mitad de
una frase. Eso tiene la ventaja de acelerar la vuelta al trabajo al día
siguiente, ¡porque estoy a la mitad de una frase! Muchas veces no apetece
volver a ponerse a escribir. A mí me encanta estar en mi mesa horas y horas,
no necesariamente trabajando, porque puedo malgastar el tiempo de manera muy
agradable en mi escritorio…
Usted iba a escribir su última novela, ‘Soy Charlotte Simmons’, en el
ordenador que utiliza para trabajar, y acabó escribiéndola a mano.
Sí, pensé en el ordenador, pero era un modelo nuevo y me volvía loco. Como
dice el refrán, no le puedes enseñar trucos nuevos a un perro viejo. Volví a
mi vieja máquina de escribir, pero me hice daño en un dedo y no podía darle
a las teclas, así que continué a mano, y escribí la mayor parte del libro
con pluma.
Pero son 676 páginas…
Bueno, si piensa en el siglo XIX, hubo escritores muy productivos que además
eran muy buenos, y todos escribían con pluma. Balzac escribía a toda
velocidad, hizo tres libros al año durante 20 años. Zola se reprochaba a sí
mismo haber producido solamente 25 novelas en 20 años. Imagíneselo: “Si uno
no puede escribir un libro al año debería dedicarse a otra cosa”.
¿Tiene algo que ver en el resultado del libro si está escrito con ordenador,
con máquina de escribir o a mano?
No, creo que no. Cuando se escribe un libro, eso es irrelevante. Eso no es
lo difícil a la hora de escribir.
¿Qué es lo difícil?
Lo difícil es que se te ocurra una idea, intentar ponerle música, ponerle
letra… Y también es complicado lo que hay que hacer para intentar crear un
cierto suspense…, más las mil cosas que necesitas para poner todo eso sobre
el papel.
Hablando de música, su nueva novela, como las anteriores, tiene una enorme
cantidad de lenguas, de acentos: los jugadores de baloncesto, los
universitarios, la gente con dinero del Este, la gente de las montañas de
Carolina del Norte…
Para las novelas hago la misma investigación que hacía en los reportajes. La
mayor parte de mi vida he escrito cosas que no eran de ficción. He sido un
periodista, y todavía me considero un periodista que ha escrito algunas
novelas. Para escribir hace falta el mismo esfuerzo que para informar: el
esfuerzo de tener la boca cerrada y escuchar exactamente cómo habla la gente
y qué es lo que dice.
¿Qué es ‘Soy Charlotte Simmons’?
Es, en parte, un panorama de la vida universitaria estadounidense. A lo
mejor es mucho presumir, pero yo veo en este libro una línea horizontal y
otra vertical. La horizontal es la vida universitaria, con todo ese mundo de
los estudiantes. Y la vertical es la psicología de esta joven, Charlotte, y
la de las personas con las que se relaciona, y cómo su comportamiento está
determinado en buena medida por ellas. Esta chica de 18 años siempre está
pensando: ¿es bueno que me vean haciendo esto?, ¿qué pensará x, qué pensará
y? Quiere enamorarse de Adam, pero Adam está considerado como un empollón, y
ella no quiere que le vean con un empollón, así que gravita justo hacia la
persona que menos le conviene. En todos los momentos, incluso en los más
íntimos, siempre está pensando en términos de su situación social.
Desde antes de que Charlotte llegue a la Universidad de Dupont, y durante
toda la novela, el sexo está muy presente, pero en muchas ocasiones es
desagradable.
Sí, hay mucho sexo, desde el principio: desde la escena, tan familiar en
Estados Unidos, de un político importante disfrutando de una fellatio… Es
algo muy americano… El sexo también domina el ambiente de los jugadores de
baloncesto, o a la compañera de habitación de Charlotte. Pero ninguna de
estas situaciones es erótica. No creo que exciten a nadie. En general, el
sexo en las universidades es muy mecánico, es poco más que una serie de
masajes.
Charlotte cambia mucho, decía antes. Es una chica muy brillante que aterriza
en la universidad y que se transforma para adaptarse al paisaje.
Cuando Charlotte va a ir a la universidad, su madre le dice: no tienes que
hacer nada que no quieras hacer, porque tú eres Charlotte Simmons. Tiene un
enorme ego, porque le ha ido muy bien en la enseñanza secundaria; pero
decide cambiar, transformarse por completo, por razones de prestigio social.
Y es feliz cuando se da cuenta de que todo el mundo sabe que es la novia de
un jugador de baloncesto muy conocido, aunque no le interese nada el
baloncesto, ni entienda nada, ni eso tenga nada que ver con las grandes
aspiraciones con las que llegó.
Es un recorrido duro.
Bueno, podía haber hecho varias cosas: que se convirtiera en alguien
admirable, que hubiera aprendido la lección y encabezara un movimiento
contra el sexo salvaje en los campus… O podía haber acabado totalmente
deshecha, con la vida estropeada. Pero lo que me interesaba era plantear los
grandes desafíos a los que se enfrentan los estudiantes en unos campus muy
cerrados, con poco sentido de cómo es el mundo exterior. Esto estará menos
agudizado en las universidades europeas, porque los estudiantes viven más en
las ciudades, entre la gente. Aquí es diferente.
¿Ese aislamiento es el mismo que reprocha a los intelectuales, lo que usted
denomina “élite de izquierdas”, a los que tanto critica?
Bueno, es que son ridículos. Son tan reaccionarios, tan reaccionarios, Dios
mío… Su pensamiento no ha progresado desde 1945. La figura del intelectual
tiene prácticamente un siglo de vida. El término fue creado por el francés
Clemenceau para designar a los escritores, los artistas, los que creaban.
Ahora, la palabra intelectual se ha desvinculado de lo que supone un logro
intelectual; un intelectual es un consumidor de ideas, ya no hace falta ser
un creador. En realidad, ser creativo es un estorbo. El ejemplo perfecto es
Noam Chomsky. ¿Es un hombre conocido en España?
Sí, es conocido.
Bueno, es el ejemplo perfecto. Antes de la guerra de Vietnam, Chomsky era el
gran lingüista de EE UU. Se inventó la teoría revolucionaria de cómo se crea
el lenguaje y qué es lo que se puede hacer con él. Pero no estaba
considerado como un intelectual, porque un intelectual es alguien que sabe
sobre un asunto, pero que, públicamente, sólo habla de otras cosas. Y cuando
Chomsky empezó a denunciar públicamente la guerra, ¡de repente se convirtió
en un intelectual! Aquí un intelectual tiene que indignarse sobre algo. Como
dijo McLuhan, la indignación moral es la estrategia adecuada para revestir
de dignidad al idiota. Y eso es lo que hace la mayoría de los que se dicen
de izquierdas: en lugar de pensar –lo cual es duro, lleva tiempo, hay que
leer–, se indignan por algo, y eso les reviste de dignidad. Siempre han
escogido las opciones equivocadas. Me encanta tener al presidente Mao aquí,
en mi mesa; Mao fue considerado hasta el final como una gran figura por la
gente de izquierdas. También había muchos que pensaron lo mismo de Pol Pot,
que exterminó a media Camboya. Bueno, no me haga empezar con estas cosas…
A usted le encanta fastidiarles. Les dijo, después de las elecciones, que
iba a ir a despedirles al aeropuerto.
Precisamente por eso me he retrasado unos minutos esta mañana en nuestra
cita, porque venía del aeropuerto Kennedy de despedir a mis amigos, que
decían que no podrían aguantar cuatro años más de Bush… Yo no me he ido
porque alguien tiene que quedarse aquí [risas]. No son mala gente, son
simpáticos, tengo muchos amigos que son así.
¿Usted votó a Bush?
Voté a Bush. No creo que el 11-S fuera un ataque cualquiera; alguien tenía
que actuar, y Bush lo hizo. Por eso había que ir a la guerra en Afganistán.
Y luego había que hacer algo más. Lo de Irak quizá fue una guerra equivocada
pero… No digo, ni mucho menos, que éste sea el mejor Gobierno que haya
habido jamás, pero algo más había que hacer. Incluso aunque después las
cosas se deterioraran, Bush hizo lo que tenía que hacer.
¿Bush ganó por la guerra o fue por los valores y la religión?
Si mira el mapa electoral verá que los resultados no son muy diferentes a
los de 2000. La guerra ha tenido poco que ver. Y la religión…, no es que
haya o no una derecha religiosa, es que hay mucha gente que es religiosa.
Este país ha sido siempre tremendamente religioso. Ya De Tocqueville, en
1830, escribió que EE UU era la nación más religiosa del mundo, después de
los países islámicos. Yo crecí entre esa gente a la que llaman la derecha
religiosa. Eran personas de lo más normal. Todo el mundo era así, incluso
los ateos. Nunca conocí a nadie que se proclamara ateo. Aunque uno fuera
ateo, iba a la iglesia, que era lo que hacían las personas respetables. No
por eso era de derechas. En cambio, aquí en el Este vivo entre escritores y
periodistas, que son un grupo de gente mucho más laico, muy racional, o por
lo menos eso creen ellos, y consideran que las creencias religiosas son una
señal de vaciedad.
En Europa está muy extendida esa visión de la sociedad y la cultura
norteamericanas, o la opinión de que Bush es un ‘cowboy’.
Seguramente, los comentaristas europeos deben de prestar atención a lo que
dicen los de Nueva York. No hay nadie más que les escuche. Tal vez en
Washington, pero nada más. Y lo que consiguen es que se extienda la falsa
idea de que en EE UU todo el mundo opina eso de George Bush. Yo he tenido la
ocasión de estar con Bush algunos minutos, hablar con él de literatura, y me
pareció tan inteligente como el director de The New York Review of Books,
considerada como la principal publicación literaria. No es que el director
de la revista no sea inteligente, que lo es; es que Bush no es ningún idiota
Recuerde a Eisenhower, que fue presidente durante dos mandatos. Decían que
era idiota; en las ruedas de prensa, su sintaxis era horrible, empezaba
frases y no las terminaba. Era verdaderamente tonto; lo único que había
hecho era ganar la II Guerra Mundial. Pues si eso es lo que hace falta para
ganar guerras como aquélla, a lo mejor nos hacen falta unos cuantos idiotas
más. O Reagan: de él decían lo mismo que se dice de Bush. Lo único que hizo,
aquel idiota, fue ganar la guerra fría y forzar la caída de la Unión
Soviética. Si eso es estupidez, que me den unos cuantos estúpidos. Yo hablo
con gente no sólo en Europa, sino también aquí, en Nueva York; intelectuales
convencidos de que tienen toda la razón y de que los americanos son
estúpidos, que no tienen nada en la cabeza y se dejan engañar.
Pero…
Yo creo que este país es una democracia, y que a veces, seguramente, no ha
elegido a personas con el máximo coeficiente intelectual. Pero no me parece
que le haya ha ido nada mal, ha logrado bastantes cosas. Si se mira la lista
de premios Nobel de Ciencias de los últimos 50 años, no está nada mal. Si
pensamos en la invención y el desarrollo de los ordenadores, todo se debe a
esa gente estúpida del Medio Oeste y el Oeste, porque en el Este, cuando uno
tiene un hijo muy inteligente, no está bien visto que se dedique a la
ingeniería, algo considerado ligeramente mejor que un trabajo manual. En el
resto del país, los padres están encantados de que sus hijos se dediquen a
esas cosas. Yo no tengo reparo –y esto me causa siempre un montón de
problemas– en decir que Estados Unidos es un país maravilloso. Pero decir
eso me convierte automáticamente en un paria.
¿Por qué?
Un escritor no puede decir que EE UU es un país maravilloso. No puede. Si
alguien se atreve, que me lo presenten. Nadie que tenga una reputación
literaria dice esas cosas. Si usted se encuentra con alguno en sus viajes,
por favor, dígamelo. Aquí, como sabe, la bandera está por todas partes, y yo
a veces, llevo una pajarita con la bandera de Estados Unidos, o una
insignia, y es como enseñarle un crucifijo a un vampiro; los escritores
enseguida se retuercen y gritan: “¡No, qué horror, sal de la habitación!”.
Pero a mí me divierten mi pajarita y mi insignia… Y acabo de comprarme unas
zapatillas de deporte que también tienen la bandera. La gente del gimnasio
al que voy no son intelectuales. Seguro que les gustan las zapatillas. Pero
si me las pusiera para pasear por Tribeca, seguro que correría peligro
[risas].
Bueno, usted está considerado como un escritor conservador.
En realidad, yo no debería decir que EE UU es un país maravilloso, porque
sólo va a servir para empeorar las cosas. Tiene que explicar a sus lectores
que es una cosa que he dicho sólo de paso, y que el libro no trata de eso,
que es la historia de una chica inocente… [risas]. No hay política como tal
en el libro. Ni en ninguno de mis libros, por lo menos en los más extensos.
En Lo que hay que tener, que hablaba de los primeros astronautas, ¿dónde
está la política? La hoguera de las vanidades, ¿era conservador o era
progresista? Me llaman conservador, pero nadie sabe decirme qué es lo que
pienso, qué es lo que quiero. Me lo llaman porque me burlo de la gente que
valora la indignación moral por sí misma. Es lo que uno tiene que hacer
cuando es progresista: tiene que estar siempre indignado por alguna cosa.
Una vez, en los años sesenta, asistí a una conferencia en una universidad.
Había varios intelectuales que estaban en contra de la guerra de Vietnam. Yo
estaba escribiendo sobre los cambios en el comportamiento de los jóvenes.
Allí estaban Günter Grass, Allan Ginsberg. Ginsberg no paraba de explicar
que este país se estaba volviendo fascista, que todo presagiaba una época
como la de Hitler. Y yo de pronto no pude más y estallé: “¿Pero de qué
habla? Estamos en plena explosión de felicidad en este país”. Y era verdad.
La gente ganaba mucho dinero, era la época del twist, la Bolsa no paraba de
subir… Evidentemente, Vietnam era horrible; pero, aparte de eso, el resto
del país vivía bien. Y entonces, Günter Grass, que no era precisamente un
conservador, dijo: “Si fuera verdaderamente un Estado fascista, esta escena
sería muy distinta. Usted lleva media hora hablando en contra de su Gobierno
Los nazis no le habrían dado esa media hora. Habrían entrado al cabo de
cuatro minutos, y la reunión se habría terminado”. Todo el mundo se quedó
impresionado, porque, al fin y al cabo, él sabía de lo que estaba hablando.
¿Qué América quiere usted contar en sus libros?
Mi única misión es descubrir. Éste es un país muy raro, y no quiero que
nadie crea que yo entiendo todo lo que pasa aquí. Por eso me gusta salir por
ahí, hablar con gente que no es como yo y tratar de entender lo que hace.
Hay mucha libertad en este país; puedes poner en pie lo que quieras,
cualquier cosa. Unos gánsteres crearon Las Vegas; lo interesante no es que
fueran gánsteres, sino que no tenían formación; hay pocos gánsteres que
acaben el bachillerato. Pero tenían libertad y dinero para crear Las Vegas,
y eso es lo que me resulta interesante, no si debería existir Las Vegas o no
En alguna ocasión ha lamentado que no se entendiera bien qué era el nuevo
periodismo.
Mucha gente cree que el nuevo periodismo era dar tus propias opiniones,
mezclarlas con la historia que estabas contando, convertir esa historia en
algo personal, escribir impresiones. Para mí, jamás fue eso. De hecho, nunca
utilicé la primera persona del singular, a menos que tuviera un papel en la
historia. ¿Por qué voy a tener que utilizar el yo si lo único que soy es un
observador? ¿A quién le interesan las impresiones de un periodista?
¿Qué problemas tiene el periodismo en EE UU? Ha habido crisis graves, desde
la CBS hasta ‘The New York Times’…
El problema que tiene es muy sencillo: la gente se informa sobre todo a
través de la televisión, porque es rápido, es fácil, no hay que leer nada, y
las imágenes son excelentes. ¿De dónde saca la televisión la información?
Las televisiones no tienen reporteros, tienen unos bustos parlantes en
Washington y poco más. La televisión saca su información de los periódicos.
Y cuando la televisión trata de conseguir una exclusiva, como la de la CBS y
Dan Rather sobre Bush, siempre lo hace mal, porque no están acostumbrados al
reportaje. Rather no tuvo culpa de lo que pasó, porque él es un busto
parlante. En cuanto a los periódicos, por desgracia, se han convertido en
monopolios locales. Salvo casos excepcionales, hay un solo diario por ciudad
En esta situación, ¿para qué necesitas cinco o seis reporteros para cubrir
un área, con lo caro que es? Por tanto, hay una persona que cubre educación,
una que cubre sucesos… Cuando yo trabajaba aquí había reporteros de sucesos
en cada barrio, ahora hay uno solo para el departamento central de la
policía. Eso significa que dependes de la policía para tu información. Nunca
se habían cubierto tan pocas noticias en EE UU. Parece que son muchas, por
el efecto de las cadenas de televisión, pero la información en televisión es
una risa.
¿Qué medios le interesan?
Creo que hay unas cuantas publicaciones semanales buenas, y habría que crear
más, porque atienden mejor la información que los grandes diarios no cubren.
Y los blogs son, probablemente, algo bueno: toda esa gente que hace circular
información. Seguramente es lo mejor que le ha ocurrido al periodismo. La
mayoría de los blogs es una basura; pero, si se busca, siempre se puede
encontrar algo interesante. Los blogs pueden reproducir rumores que la
prensa no publica, pueden hacer muchas cosas. Son fuentes posibles que nos
dan una información que no teníamos antes. Y hace falta más información.
¿La novela tiene tantos problemas como el periodismo?
La novela está mucho peor que el periodismo, que por lo menos consigue
interesar a la gente en algunas cosas. A los jóvenes no les atrae la novela
actual, porque no les enseña cómo es el mundo. Los novelistas deberían salir
y recorrer el país. Podrían hacer como los directores de cine: habrá, como
hay, películas horrorosas, pero al menos siguen interesados en salir y hacer
cine sobre cosas que descubren. La novela va a ser pronto como la poesía;
algo hermoso, pero marginal en la vida de los lectores. Si no se hace algo,
la novela pronto será también marginal.
¿Qué está preparando ahora? ¿Se sigue viendo como Hernán Cortés, a la
búsqueda de un territorio nuevo por descubrir?
Me gusta Cortés, aunque no tengo una expedición en marcha. Tengo algo en la
cabeza, pero no sé en qué acabará. Estoy muy interesado en los nuevos
inmigrantes que llegan a EE UU. Esos sitios del Bronx en los que te
encuentras a camboyanos, vietnamitas, gente de otros países asiáticos en un
barrio que cambia a toda velocidad. Me resulta fascinante, como lo que
ocurrió con los cubanos en Miami: en media generación, se han hecho cargo de
la ciudad… No sé si hay otro país en el mundo donde pueden pasar estas cosas
Ésta es una democracia de verdad. América es un país maravilloso, pero no
me meta en más líos [risas], no escriba esto último que le acabo de decir.
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