L. Soriano
Mi querido Aleksandr, la noticia
de tu muerte ha empañado la idea de que siempre estarías “ahí”. Ahora quedará
tu testimonio, que no es poco, aunque traten de ningunearlo y esperan que te
olvidemos con el tiempo y seas solo una referencia retro. De que eras el
ejemplo vivo de lo que tantos y tantos pretendieron y pretenden esconder y
tergiversar. De ser el molesto testigo de los que no aceptan ni reconocen la
enorme tragedia de ese magnifico pueblo ruso que pasó de la sartén, donde no se
podía vivir, al fuego donde sólo les esperaba la muerte y el sacrificio,
inmenso este de tantas y tantas generaciones.
Fuiste ya en tu temprana edad
consciente del enorme Fracaso que era el sistema creado por Lenin, y ejecutado
a las peores consecuencias por Josif Stalin, a quien detestabas, pues era quien
representaba todo lo que tu despreciabas de los megalómanos criminales.
Lo peor, si es que en el horror
hay escalas, lo describías como el desprecio absoluto por el ser humano que
planeaba en todas las actuaciones políticas y represivas de ese destructivo régimen
, al que aún hoy algunos adoran y otros, los más, creen que debe de permanecer
y abanderar discursos de igualdad, democracia y progresismo. Describiste el
horror, la humillación y la vejación del ser humano como pocos, y como el germen de otros sistemas totalitarios
represivos y genocidas se creó al amparo del Imperio Soviético. No distes
tregua a cuantos intentaban y aún lo hacen, encubrir por un sentido
inexplicable de maldad, tanta tragedia y sangre. Te dieron el Nobel,
absolutamente merecido, pero para usarte también como arma arrojadiza los otros.
Se te echaron encima los manumitidos del Padrecito, y todos los Gramscianos
herederos de la instauración de la opresión.
Se descubrió, gracias a ti, por
muchos que intoxicados o no lo negaban, que todo era un Gran Bluff, donde una
Nomenklatura en nombre de un pueblo, vivía a su antojo y poseían al país y a
sus súbditos en los peores sentidos de las palabras. Quizás peor que la Época
de los Zares, aunque las comparaciones entre ellas den igualmente resultados nefastos y curiosamente
muy paralelos.
Te cansaste de predicar, te
fueron dejando de escuchar, pues el discurso no es bienvenido y los replicantes
están bien nutridos de los presupuestos reaccionarios. Los experimentadores
sociales están bien colocados, aunque no muy bien vistos, manejan los
engranajes de la educación y la información para tergiversar uno y otro
concepto y cambiar a su favor y medida este perro mundo, con ellos dirigiendo.
Gracias Aleksandr, al menos, si
al pueblo ruso no se le podrá tachar de aguerrido por quietarse de encima las
sanguijuelas que tanto le han sangrado, al menos tu y unos pocos más han
conseguido mantener esa “honrilla”, de que algunos sí se atrevieron a denunciar
y que tanto horror, indescriptible, quedara impune y olvidado.
Salud y larga otra vida, jugando
al ajedrez y conversando sin presiones con Iván Denisovitch y Sajarov.
*Solzhenitsyn
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